viernes, 27 de febrero de 2009

Israel, ¿dónde está la diferencia? /GALA MORA

"Tengo buenas y malas noticias, dice el sargento a la tropa, la buena es que vais a cambiaros los calcetines sucios. La mala es que los intercambiaréis entre vosotros". Con este famoso chiste esbozó el panorama político israelí el analista Uri Avnery, y resume de una manera muy gráfica la situación en la que se encuentra el país tras las elecciones del pasado 10 de febrero. Y es que los resultados no son muy clarificadores.
Los votantes decidieron que Kadima fuese la primera fuerza política con 28 escaños, una sorpresa de última hora que tuvo a Netanyahu tenso un tiempo: las previsiones el día antes de las elecciones daban al Likud una clara ventaja de al menos 4 escaños. Finalmente "Bibi" se quedó un escaño por detrás, a 27. Y como tercera fuerza política terminó de consolidarse Yisrael Beiteinu, con un crecido Avigdor Lieberman a la cabeza conocido por sus proclamas racistas. Tristemente famosas se han hecho ya sus "hay que ejecutar a los diputados árabes que entablen contactos con Hamas", "lanzaré a los presos palestinos al Mar Muerto", "deberíamos usar la bomba atómica en Gaza" o mejor aun, "mi primer objetivo es reanudar la ofensiva contra Gaza, destrozar Hamas". Estas perlas le han otorgado 15 escaños, algo que no deja de sorprender fuera de sus fronteras.
Y probablemente la primera víctima de estas elecciones haya sido el Partido Laborista. Los 13 escaños le alejan definitivamente de la cumbre, castigado por unos ciudadanos hartos de ver cómo su partido se "arrimaba" al gobierno de turno sin respetar ideales.
A este panorama se enfrentaba el Presidente Simón Peres al iniciar conversaciones para decidir a quién escogía para formar gobierno. Tradicionalmente es al más votado. Pero tras hablar con todos los partidos, ha sido de nuevo Benjamin Netanyahu el elegido, ya que contaba con el respaldo de 65 escaños (son necesarios 61).
Pero ¿realmente supone un cambio tan grande que esté Likud en lugar de Kadima? Como apuntó el periodista Ben Caspit "Barak podría ser un moderado dirigente de Likud, Livni triunfaría como líder laborista y Netanyahu como jefe de Kadima. ¿Lieberman? Podría estar en cualquier lugar con la condición de que no haya árabes". Porque en esta lucha nadie es nuevo y todos se conocen: cuando Netanyahu era Primer Ministro tenía como Jefe de Gabinete a Lieberman que a su vez nombró a Livni como Directora del organismo que supervisaba las empresas gubernamentales. Los tres estaban en Likud hasta que en 1999 Lieberman lo abandonó para crear un movimiento más derechista (Yisrael Beiteinu) y Livni se fue en 2005 con Sharon a fundar el centrista Kadima. ¿Queda ahora claro el chiste de los calcetines?
De toda esta situación se pueden extraer conclusiones muy claras. La primera es la consolidación de la derecha. La radicalización del electorado israelí se ha visto fortalecida por las posturas tan extremas sobre todo de los jóvenes, que ven en esos partidos una decisión más ferrea que en la izquierda actual. Su voto es más de rechazo al otro que de apoyo al uno. Creen que la izquierda al final no es tal, que la diferencia no es tan grande y que al menos la derecha mantiene coherencia con su discurso. Y la verdad es que, sin entrar a valorar el contenido, la realidad es que la derecha siempre ha dejado muy claras las misivas, lo que querían, lo que harían, cómo, cuándo, dónde y con quién contarían, mientras que la izquierda compartía algunos de esos alegatos pero sin terminar de mojarse del todo. Y a estas alturas ya sabemos que los jóvenes son decididos y eso es lo que buscan en sus representantes.
Por tanto, la segunda de las conclusiones es el colapso de la izquierda. No existe. Pero no existe, además, en sus dos vertientes: no existe un discurso común, algo que sí sucede con la derecha, y además no existe en el sentido más político de la palabra: lo más izquierdista que dicen los grandes partidos (no incluimos a Meretz que es judío pero liberal y abierto al diálogo), es "hablaremos con los musulmanes para otorgar dos estados a dos pueblos, pero las reglas y las fronteras las pondremos nosotros". La derecha, directamente, obvia la parte del verbo hablar.
¿Qué se puede esperar del futuro? Netanyahu de momento se ha reunido con Livni y Barak, pero ambos, de momento, han rechazado la oferta del "abanderado del Triple No": no a un estado palestino independiente; no a devolver los Altos del Golán a Siria; no a dividir Jerusalén. La primera argumentado precisamente que el primer NO es un problema para su partido, puesto que ha sido uno de sus ejes centrales de campaña, y el segundo porque cree que ha llegado la hora de hacer una revisión de su situación y "si los votantes se han pronunciado, debemos hacer lo que nos piden. En estas circunstancias, nos vamos a la oposición", aseguró Barak. Pero los analistas creen que lo que el pueblo israelí quiere y necesita es una especie de Triple Entente entre Likud, Kadima y Laboristas, porque de lo contrario, las coaliciones con partidos pequeños acabarán por desestabilizar el gobierno y provocará unas nuevas elecciones anticipadas, algo que viene sucediendo desde 1981, y porque además perdería credibilidad internacional, los demás países ven peligroso un gobierno de derechas para seguir adelante con el proceso de paz que se persigue. Sin contar con la fama que precede a Netanyahu, que no conserva muchos amigos de su anterior mandato de 1996 a 1999. Pero a Likud no le faltan pretendientes, ya ha iniciado conversaciones con Shas, Judaísmo Unido de la Torah, Yisrael Beiteinu y la Unión Nacional, y ha asegurado que quiere "dar una oportunidad real a Livni de unirse a nosotros, pero no podemos esperar para siempre". Tiene 42 días para formar gobierno y ganar la aprobación del Parlamento. ¿Quién se llevará el gato al agua? ¿Y cuánto aguantará sin salir a tomar aire?